Desde que era muy pequeña, siempre sentí el impulso de ayudar, especialmente a las personas mayores.Siempre me gustaba rodearme de personas viejitas. A medida que crecía, me encontraba perdida, sin rumbo, probando diferentes sectores en busca de mi verdadera pasión.

 

Ya había tenido mis pinitos con algunos sucesos algo holisticos a lo largo de mi niñez. Pero no lo interpretaba como algó a lo que uno se podía dedicar ya que la mente de un niño está muy condicionado por la sociedad y no tenía a nadie a mi alrededor al que seguir como referente.

 

Probé diferentes sectores, pero no encontraba lo que realmente me apasionara. Hasta que, a los 20 años, descubrí las terapias alternativas, por un proceso traumático que viví , conecté con mi lado espiritual de lleno por la brecha del sufrimiento. Por primera vez, sentí que estaba en el camino correcto, que se abría un mundo lleno de opciones para mí y para los demás.

 

Mi deseo era absorber el mayor conocimiento posible en diferentes herramientas para mi propia sanación y poder así aportar a los demás desde la experiencia.

Sin embargo, lidiar con el trabajo por cuenta ajena y asumir el costo económico de los talleres y cursos fue una lucha constante. Además, adentrarse en este tipo de terapias no solo implicaba formación y estudio, sino también trabajo interno para sanar heridas y crecer personalmente.

 

Cuando decidí emprender y luchar por mis sueños, me surgió un mar de dudas. No sabía bien hacia dónde enfocarme ni cómo diferenciarme en un mercado saturado.

 

Fue entonces cuando, tras viajar muchas veces a Egipto de una manera diferente al turismo convencional, descubrí las esencias sagradas egipcias. Me di cuenta de que no es algo tan común en el sector holístico, de todo lo que me habían ayudado y que es una herramienta añadida que debería de considerar cualquier profesional que se dedica a las terapias con personas y  decidí poner el foco en ese terreno.

 

Desarrollé un plan meticuloso para reconducir mi vocación a un proyecto de negocio, desarrollar mi marca y pedir ayuda a profesionales para mejorar mi proyecto.

Pero el camino no fue fácil. Experimenté vértigo al lanzarme al vacío, síndrome del impostor y dudas sobre cómo valorar mis conocimientos.

Sin embargo, a día de hoy, siento una sensación de libertad y felicidad. Tengo la certeza de que mis servicios ayudan y mejoran la calidad de vida de mis clientes.

Esta fue mi transformación: enfrentarme a mis miedos, dejar de preocuparme por lo que otros piensan de mí y darme permiso para ponerme en valor. Acepté los fracasos como parte del proceso y creí en mí misma.

De la busqueda de propósito a la experta en Esencias Sagradas Egipcias